Los
títulos de la terna de películas de la cual ha salido la que presentamos al
Oscar a mejor película extranjera, reflejan la cruda realidad de nuestro país. Lo
que arde no son nuestros bosques sino los pequeños comercios y la
hostelería en los múltiples focos del fuego de la pandemia en el que los irresponsables
y los negacionistas son los nuevos pirómanos y con la cortina de humo salen los
amigos de lo ajeno y aprovechan las algaradas y suben lo hurtado a Wallapop.
La
distopia de El hoyo se ha hecho realidad y nuestra economía sigue
cayendo sin ver dónde llega el final de este. Los analistas no vislumbran como saldremos
de este profundo socavón, que se asemeja a uno de esos agujeros negros del
espacio que absorben toda la materia que encuentran a su alrededor y de los cuales
dicen que es imposible salir.
Pero la
seleccionada ha sido La trinchera infinita, no es la primera película
sobre el fenómeno de los topos, puede que la primera fuera Mambrú se fue a
la guerra (1986) de Fernando Fernán Gómez que también triunfo en los Goya. pero
si la que ha visibilizado a estas personas que vivieron emparedadas en sus
casas entre las nuevas y jóvenes generaciones de españoles.
Es el
título de la elegida para los Oscar, la trinchera infinita, el que refleja con
más rudeza la situación actual de nuestra sociedad y que viene de antiguo.
Hace unos
días leía un artículo en el que se explicaba que los hispanos fuimos ciudadanos
de Roma, no como pueblo conquistado sino de pleno derecho. “Flavio Josefo
afirma: Los que antaño fueron llamados
hispanos, etruscos o sabinos, ahora son denominados romanos”. Por
tanto, los hispanos no solo pertenecían al Imperio, sino que eran tan romanos
como los habitantes de la Ciudad Eterna.
De hecho,
hubo dos emperadores nacidos en la península ibérica. Sin embargo, parece que
está ciudadanía romana no caló en nosotros, ya que a Adriano enseguida le salió
la impronta natural y no se contentó con excavar una trinchera, sino que construyó
un muro en Britania.
Tampoco nos
valió el tener las primeras cortes ya en la edad media, ni ser uno de los
primeros estados modernos, ni un construir un imperio donde no se ocultaba el Sol,
gracias a personas que con sus virtudes y defectos huían del hambre y buscaban
un mundo nuevo. Todo esto conseguido por muchos, la mayoría olvidados de la
Historia, lo dilapidaron los Austrias menores con su pusilanimidad, ineptitud y
estulticia.
Y es que
nos va la marcha, la muerte de Carlos II sin heredero provocó la primera guerra
civil, la de Sucesión, de cuyas trincheras algunos no han salido en tres
siglos. Parecía que, con la llegada a la corona de un segundón, Carlos III, se
abrían las ventanas de la Ilustración en nuestro país, pero no fue más un
espejismo. Y volvimos a las andadas con otra entrega de guerra civil, esta vez a
modo de serial con tres capítulos: las guerras carlistas. En ellas, hubo más
monte que trincheras y una de sus consecuencias es que el virus del nacionalismo
periférico germinó.
Así
pasamos de siglo y llegamos a la guerra incivil, con sus múltiples frentes y trincheras
que parecían haberse cerrado con la transición, pero en este nuevo siglo hunos
se han empeñado en reexcavar y hotros en realambrar.
La
trinchera infinita más que un título de una buena película es desgraciadamente
nuestra realidad espacio temporal, que incluso transciende nuestras fronteras y
se propaga como otra epidemia. En Estados Unidos Trump en cuatro años ha
conseguido lo que nosotros en tres siglos. En Rusia a Putin la película que le
gusta es “Arsénico por compasión”. En Oriente próximo, la trinchera entre
árabes e israelitas a pesar de los nuevos y bilaterales acuerdos de paz no
termina de rellenarse y desaparecer. Y así el resto del mundo.
El primer
discurso del presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, indica que al otro
lado del charco algo quiere cambiar. Y a falta de dos meses de la toma de poder
ya empieza a tender puentes. Una lección para seguir.
Sin
embargo, en España seguimos en un insano circulo de retroalimentación negativa,
en donde vuelven las pintadas de otros tiempos delante de las casas. Esta vez
han sido Chivite (PSOE) y Abascal (VOX). Así se empieza y ya sabemos cómo se
acaba.
Es
necesario que nuestros políticos se quiten el casco, se desprendan de su macuto
de campaña, tiren el fusil y cojan las tenazas para cortar el alambre de espino,
salgan de su parapeto, suban a la empalizada e imiten al septuagenario y 46
presidente norteamericano tendiéndose la mano.
Nota: Publicado el 17-11-2020 en navarrainformacion.es
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