Al
inicio del conocido libro de E. Hemingway hay una referencia a un fragmento del
poema “Devociones para ocasiones emergentes, 1624” de
John Donne (1572-1631),
poeta metafísico inglés y
que en la mitad de la cita dice: “Ningún hombre es una isla
entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del
todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida,
como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.”
Este verano estos versos se nos están demostrando
más claros y contundentes. Desde que el género Homo surgió en el África subsahariana cerca de la famosa fosa del
Rift. Hemos tendido a migrar hacia el norte en diversas oleadas. Al principio
posiblemente por conocer el mundo y buscar comida. Después por conquistar e
imponernos como especia dominante. Ahora en el siglo XXI huyendo de los jinetes
de la Apocalipsis, como tan crudamente escenificaba Oroz en su tira, las
enfermedades, el hambre, la guerra y en definitiva la muerte.
Muerte que se encuentra en ese camino de huida y
que nosotros vemos tranquilamente disfrutando de nuestros días de veraneo y también
desde nuestros hogares el resto del año. Algunos políticos los tratan como
plagas, y los llaman enjambres, otros sólo se acuerdan cuando los tienen a la
puerta de sus casas y ya no somos los países PIGS (Portugal, Italia, Grecia y
España) los que ponemos la cara, entonces hay que reunirse y hablar de
categorías o etiquetas: Refugiado, Inmigrante. Ahora el problema es de todos y
todos debemos aportar nuestra cuota de solución. Es la moderna Europa de las
cuotas, que siempre beneficia a los de arriba, a los del Norte. La solución es
de todos.
Mientras los modernos piratas se enriquecen con
la miseria ajena y roban los sueños de futuro. Las mafias van un paso por
delante y renuevan las viejas rutas de siempre. Pero ahora, en el siglo XXI,
los muertos se cuentan. El mare nostrum
es la tumba de los sin rostro, ni nombre. Y los caminos se llenan de furgones
de muerte, y aparecen grupos filonazis que malos recuerdos nos atraen.
Además crecen movimientos separatistas e
independentistas, nacionalismos trasnochados que buscan levantar nuevas
fronteras donde las viejas demuestran que no sirven para nada, que se saltan y
se pasan. En realidad las fronteras están en nuestros corazones, duros como
piedras, en nuestras almas vendidas a la tecnología y a la ciencia, cuando lo
que nos falta es humanismo y crecer en espiritualidad. La cita poética en su
comienzo ya nos inquiere al respecto: “¿Quién
no echa una mirada al sol cuando atardece? ¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla? ¿Quién no presta oídos
a una campana cuando por algún hecho tañe? ¿Quién puede desoír esa campana cuya
música lo traslada fuera de este mundo?”.
La solución o las soluciones no son fáciles,
pasan por vencer nuestro egoísmo y ser justos, no caer en la tentación del
Coltan y el Diamante de sangre. No seguir apoyando gobiernos corruptos,
“señores” (vaya nombre para unos criminales) de la guerra que imponen su ley.
Si en origen se viviese bien o con posibilidades de futuro, no haría falta
emigrar. Eso ya lo hemos aprendido en propias carnes, la crisis ha hecho
emigrar a nuestro hijos y a algunos de nuestros amigos y vecinos.
Si en vez de invertir en querer ir a Marte o en
vivir eternamente o en perfeccionar las armas, parte de ese dinero se usará en
potabilizar agua en los países subdesarrollados, en apoyar proyectos de
microcréditos, en educar a las niños y niñas, en poner remedio al Ebolá, la
malaria, el dengue,…
El poema acaba con unos versos, una parte de los
cuales le sirvieron al famoso novelista para dar título a su historia de amor
en medio de una guerra fratricida en donde los dos bandos se comportaron a cada
cual peor, aunque la memoria, la histórica también, sea selectiva.
El egoísmo nos hace selectivos.
Es la historia de cualquier víctima, ya sea del
terrorismo, de la emigración, de la violencia doméstica, por eso la sencillez
de estos versos finales nos hiere repicando en nuestros oídos: “Ninguna persona es una isla;
la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la
humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por
ti.”
Pero nos cuesta interiorizarlos y asumirlos. La
vida moderna y las prisas nos alienan cada vez más y por el contrario cada vez se
oyen menos las campanas y eso ayuda a tener menos oportunidades de tomar Con-Ciencia.
Y es que el consumo nos consume hasta cuando tomamos
nuestra dosis de noticias en los días de estío.
Nota: Gracias a La Tira de Oroz.