Un
año más, al inicio de febrero el loco, nos encontramos inmersos en la campaña
de prematriculación. Cientos de progenitores, fundamentalmente primerizos junto
con aquellos que por muy diversos motivos desean cambiar a sus hijos de
colegio, se enfrentan a la importante decisión de buscar y elegir un colegio
para su prole.
La
oferta es tremenda: educación pública, publica-concertada (aunque algunos se
empeñen en confundirnos, la educación concertada está dentro de la red pública,
la diferencia principal es que hay un ideario – normalmente religioso, aunque
lo hay también laico-, y en cuanto a la organización los profesores tienen más
carga lectiva (25 horas semanales de clases frente a las 12-18 de los funcionarios
y aspirantes contratados) y aproximadamente un 10% menos de salario) y privada
(ésta debido a su precio es exclusiva de clases media altas, si queda alguien
que se puede enmarcar en esta categoría, y altas). También se puede elegir
entre educación mixta o de fomento segregada por sexo, que no por género.
A
esto le añadimos el abecedario de modelos lingüísticos (A, B, D, G, PAI, espero
no haberme olvidado ninguno). Y le sumamos si horario partido o continuo, sin
olvidar los horarios laborales de los progenitores y posibilidad de
conciliación, cercanía al hogar, u hogares si la custodia es compartida,
transporte y la posibilidad de ayuda de los abuelos, extraescolares, comedor
(si/no), …y la palabra mágica CALIDAD.
Como
observamos hay una gran oferta educativa y la demanda disminuye por el descenso
de la natalidad. Los distintos centros en sus campañas de captación presumen de
sus premios o puntuaciones (400-500-600) a la “Excelencia” y Calidad.
Sin
embargo, no es lo mismo calidad en la educación que educación de calidad.
Recuerdo que el primer vino en España con calidad fue el de una conocida marca
de tetrabrik, el vino tenía calidad, pero no era de calidad. Por ello y dado que mi
trayectoria profesional se ha desarrollado principalmente implantando,
implementando y sufriendo sistemas de aseguramiento de la calidad siempre me ha
llamado la atención el asunto de la calidad en la enseñanza.
Los
sistemas de calidad se basan en cumplir de entrada los mínimos requisitos
legales, complementados con los requisitos del cliente y los requisitos que la
empresa marca para diferenciarse del resto de competidores en sus productos o
servicios.
Los
requisitos legales en el sistema educativo español, los marcan las distintas y
sucesivas leyes que vienen y van con cada cambio de gobierno, siete desde 1970
desde la LGE a la LOMCE. Esta última marca el cumplimiento de unos mínimos en
las siete competencias claves.
Aquí
ya empezamos con un problema para alcanzar una Enseñanza de Calidad (lo escribo
en mayúsculas) pues el principal objetivo es alcanzar el mínimo, y no dar el
máximo en cada una de esas competencias. De manera que la exigencia es a la
baja y no a alcanzar el concepto del “volkswagiano” vocablo alemán de anmutung
traducible por gusto por intentar alcanzar la perfección.
El
segundo punto es la paradoja que se da en la enseñanza en donde el cliente y la
materia prima a transformar es el mismo sujeto. El alumno (o los padres de este
por tenentes de su potestad, mientras es menor de edad) contratan el servicio
de enseñanza, que no de educación, los padres deben ser los educadores; y a su
vez el propio alumno es la materia prima que los formadores deben modelar para
llegar al producto final.
Distinguir entre profesor del latín profiteor, que transmite conocimientos a sus alumnos, dentro de
una institución educativa y los guía, motiva y ayuda en su formación y maestro
del latín magister, concepto que va mucho
más allá de la docencia y que sirve para designar a una figura revestida de
cierta autoridad intelectual y moral, alguien al que se le reconoce una valía
superior y que es digna de admiración.
En
la Educación de Calidad el producto final debe ser una persona, diría más bien
ciudadano, madura, responsable, con sentido crítico, educada y que muestre
interés por la cultura y siempre dispuesta a aprender y superarse, conocedor de
sus fortalezas y debilidades, de sus derechos y obligaciones.
Al
partir de una materia prima viva y cambiante en el tiempo y en cada aula es
complejo el comparar cada producto (alumno/persona) en sí mismo y con los
otros, así como la comparación entre lotes de producción distintos (clases del
mismo curso y promociones de distintos años).
Por
eso a la hora de elaborar un buen panel de indicadores debemos tener en cuanta
todo esto. Y no podemos limitarnos a que, para una mejora continua, el estándar
sea el número de aprobados por curso y aula o la nota media.
Tengo
amigos, compañeros de promoción y conocidos que se dedican a la enseñanza y que
se quejan de que son mal vistos si tienen un número de suspensos determinados.
Pues se pone en entredicho su valía como enseñantes o por el contrario se les
tilda como excesivamente exigentes.
La
excelencia tampoco es tener unos medios materiales didácticos en las aulas de
generación 4.0, aunque eso pueda ayudar y un currículo escolar exhaustivo. A
veces menos, es más.
La
verdadera excelencia se alcanza con buenos motivadores que animen a dar a cada
alumno lo mejor de ellos mismos en cada competencia. Maestros como Fernando Fernán
Gómez en El lenguaje de las mariposas, Sidney Poitier en Rebelión en las aulas,
Robin Willians en El Club de los poetas muertos, Glen Ford en Semilla de
maldad, Charles Laughton en Esta tierra es mía.
Nota: Publicado el 14/02/2020 en navarrainformación.es y el 15/02/2020 en Diario de Navarra.