La huida hacia adelante en busca de la
felicidad de nuestra sociedad apostando por la ciencia y la tecnología nos
produce una desconexión (palabra muy de moda) con una gran parte de la realidad
y del descubrimiento de la Verdad como concepto filosófico. El abandono del
estudio de las humanidades nos somete a una deriva peligrosa, y quien esto
escribe es de ciencias.
El desconocimiento de la historia, no como
una sucesión de acontecimientos o de hechos, sino como el estudio de unas
causas que llevan a unas consecuencias, nos impone la probabilidad de repetir
errores de calado y escamotea la capacidad de decisión libre.
Confundimos “titulitis” con educación y cultura (un inciso cada vez más percibo que los títulos y en especial los buenos expedientes los consiguen quienes mejor saben hacer los exámenes y desgraciadamente el hecho de saber, conocer, queda relegado a la consecución de un objetivo: el título, se enseña a pasar la prueba ya sea el carnet de conducir, la selectividad,..) y nos encontramos que doctores en historia tergiversan la misma para ideologizar al pueblo. Lo mismo pasa con la lengua, estos días comprobamos que la semántica es la gran olvidada por nuestros políticos que se hacen un lío mayúsculo con organizar, celebrar y asistir; o peor quieren confundirnos, despistarnos y de esta manera ocultar tanto unos como otros su ineptitud, iniciando un debate que apela a los sentimientos dejando de lado los hechos y la realidad de una sociedad con grandes problemas por resolver y para los cuales parece que la única solución siempre es subir los impuestos, disfrazándolos con la demagogia de que es a los ricos y como todo es relativo ahora rico es el trabajador que gana más de 25.000 euros brutos al año. Eso sí, al resto de los mortales nos piden imaginación, innovación, flexibilidad, adaptación y como no aflojar la cartera.
Confundimos “titulitis” con educación y cultura (un inciso cada vez más percibo que los títulos y en especial los buenos expedientes los consiguen quienes mejor saben hacer los exámenes y desgraciadamente el hecho de saber, conocer, queda relegado a la consecución de un objetivo: el título, se enseña a pasar la prueba ya sea el carnet de conducir, la selectividad,..) y nos encontramos que doctores en historia tergiversan la misma para ideologizar al pueblo. Lo mismo pasa con la lengua, estos días comprobamos que la semántica es la gran olvidada por nuestros políticos que se hacen un lío mayúsculo con organizar, celebrar y asistir; o peor quieren confundirnos, despistarnos y de esta manera ocultar tanto unos como otros su ineptitud, iniciando un debate que apela a los sentimientos dejando de lado los hechos y la realidad de una sociedad con grandes problemas por resolver y para los cuales parece que la única solución siempre es subir los impuestos, disfrazándolos con la demagogia de que es a los ricos y como todo es relativo ahora rico es el trabajador que gana más de 25.000 euros brutos al año. Eso sí, al resto de los mortales nos piden imaginación, innovación, flexibilidad, adaptación y como no aflojar la cartera.
El olvido de la filosofía nos mutila el
acceso a la esfera de la espiritualidad y peor aún confunde esta última con la
religión marginando el descubrimiento de la transcendencia, aunque sólo sea
desde la perspectiva humanística. Ni que decir que talibanes los hay en todas
las ideologías y desgraciadamente son muchos los que manipulados no quieren
saber nada de religión como concepto no como experiencia y les lleva a
confundir aconfesional, laicidad y laicismo. Así nos encontramos que el
ciudadano de a pie no sabe distinguir entre hinduismo, taoismo y budismo, mete
en el mismo saco al yihadista que al buen musulmán, se piensa que todos los
judíos son ultraortodoxos, los cristianos son todos iguales: testigos de
Jehova, mormones, anglicanos, luteranos, calvinistas, por no hablar de los
católicos son todos romanos, cuando los hay coptos, ortodoxos, etc. E incluso
dentro de los romanos hay distintas comunidades que desgraciadamente y algunas
veces desde la misma la curia se intenta homogeneizar apoyando a grupos que
consiguen cierta influencia, olvidando el principio de comunidad de comunidades
abiertas al mundo. Y son muchos, incluso entre los creyentes los que no
distinguen entre religiosidad y vivencia de la fé.
Uno puedo ser lo que quiera pero nunca ignorante
e inculto, y así nos encontramos con noticias como estas: confunden a un
nazareno sevillano con un miembro del Kukuxklán, suspenden la visita de un colegio de Florencia a una exposición de
pintura religiosa para "no herir la sensibilidad de las familias no
católicas", en la fiesta de la carpa de los universitarios hay que hacer
labor de concienciación de una fiesta libre de agresiones sexistas,….Algo estamos
haciendo mal si nuestros “universitarios” no saben respetarse.
La democracia, como la
entendemos en la actualidad, se sustenta en el lema republicano de “Libertad,
Igualdad y Fraternidad” aunque su expresión práctica sea la de una monarquía
parlamentaria.
Nos gusta hablar mucho
de libertad, aunque nos olvidamos de su cara oscura el respeto al otro y la
seguridad de todos. Se nos llena la boca de igualdad pero practicamos muy poco
la opción por el pobre, en su sentido evangelizador y trasformador de la
persona (empezando por uno mismo) y la sociedad en la que está inserta.
Pero la fraternidad (la
unión y buena correspondencia entre hermanos
o entre los que se tratan como tales) es la gran olvidada, incluso el socialismo teórico la situaba como una aspiración
o pretensión difícilmente alcanzable.
Para alcanzar la fraternidad
hay que conocer al otro, abrirse al otro, y es lo que conocemos como las
humanidades las que nos sirven en ese proceso dialéctico, sin imposiciones y
con razonamientos, y nos ayudan a descubrirnos en el otro, en el diferente y
nos permite evolucionar, crecer y mejorar como personas.
Sin embargo las
humanidades son marginadas en el sistema educativo cuando no manipuladas como
instrumento político como el euskera y el inglés, nos parecen innecesarias en
las empresas y poco rentables en la economía, además de poco practicadas en
nuestro tiempo de ocio cuando un
estudio reciente confirma que los lectores son más felices que los que no leen
y desvela que los amantes de los libros están mejor preparados para enfrentarse
a las emociones negativas y aprovechan mejor su tiempo libre. ¿Para cuándo
también una semana de las humanidades? O ¿Por qué no conjunta con la de la
ciencia? ¡Anhelemos ser polímatas ("homo
universalis") como Leonardo da
Vinci, Voltaire o Benjamín Franklin!
Nota: Publicado en el Diario de Navarra el 24-11-2015.