Un enjambre de seísmos anunció la inminente erupción de un volcán en la isla de La Palma, la conocida como isla Bonita del archipiélago afortunado. Por fin tras meses de incertidumbre la tierra se abrió en Cumbre Vieja y comenzó a emanar lava a raudales.
La ira del manto terráqueo se desbardaba
por bocas y fisuras sin ton ni son. El dantesco espectáculo nos tenía atrapados
frente al televisor, zapeando de canal en canal. En busca de nuevas imágenes
que nos petrificaban en el sofá ante la magnitud de la naturaleza, mostrándonos
nuestra insignificancia.
Mientras los ríos de magma avanzaban, los
medios nos enseñaban la angustia de los afectados, sus pérdidas y desesperación.
Los periodistas, tertulianos y expertos vulcanólogos no paraban de hablar de
los peligros de los piroclásticos, las lluvias acidas, los gases tóxicos.
Las imágenes nos mostraban como la lava
destruía todo a su paso: casas, plataneras, carreteras, iglesias. Especulaban cuando
y por donde llegaría a producirse el peligroso encuentro entre la mar y la
lava.
Junto al faro de Fuencaliente se erige
una sencilla cruz. Esta es su historia, de la que nadie habla y pocos conocen.
Corría el año de 1570 y Don Luis de
Vasconcelos, recién nombrado nuevo gobernador de Brasil zarpaba desde Lisboa
camino al nuevo mundo para tomar posesión.
La expedición se entretuvo en la isla de
Madeira. El capitán de la nao Santiago solicitó permiso para abandonar el convoy
y adelantarse en solitario hasta las Islas Canarias.
En ella viajaba Ignacio Azevedo, jesuita
portugués, que tras recorrer durante dos años Brasil y viendo el mucho trabajo
por hacer, retornó al viejo continente con la intención de reclutar a varias
decenas de jóvenes, con habilidades en diferentes oficios, para establecer una
misión.
Jacques Sourie era un hugonote normando,
conocido como el Ángel Exterminador. Surcaba los mares bajo la patente de corso,
que Juana III de Albret le había otorgado. La reina de Navarra se había convertido
al calvinismo, implantándolo en su territorio.
El 15 de julio de 1570 el corsario atacó
la nao sin piedad. Los cuarenta jesuitas fueron pasados a cuchillo y arrojados
al mar, algunos todavía con vida, frente a la costa de Tazacorte.
El papa Pio IX los beatificó en el siglo
XIX. Se les conoce como los mártires de Tazacorte o mártires del Brasil.
No hace mucho, se arrojaron cuarenta
cruces, en el lugar del abordaje, a pocas millas de la costa. En donde las
coladas de lava han hecho contacto con el océano.