viernes, 23 de marzo de 2018

El debate de las clases de Religión


Coincidiendo con el ecuador de la Cuaresma, algunos titulares pusieron las clases de religión en el foco de atención, originando incluso un cruce de opiniones y aclaraciones. Una vez más se ha perdido la oportunidad de mantener un debate serio, tranquilo y sereno sobre un tema tan controvertido socialmente.

Nadie niega que España es un país aconfesional, y en la Constitución se defiende la libertad de culto, aunque el respeto al mismo a veces se vea empañado por determinadas manifestaciones que se dicen de libertad y que son la viva expresión de un sentimiento de laicismo excluyente, e incluso beligerante, que hay en nuestra sociedad hacia cualquier hecho religioso y muy especialmente si es el cristiano católico. Tampoco ayudan ciertas posturas ultraortodoxas, rancias y naftalínicas que responden al principio de acción-reacción y que intentan equilibrar la formula del principio físico de cantidad de movimiento (masa por velocidad igual a masa por velocidad). En definitiva, en vez de buscar un consenso, y una postura de mínimos de convivencia y respeto que a todos una y satisfaga, en este tema como en otros muchos, se busca la confrontación, la crispación y se tiende a la imposición de la voluntad de unos sobre otros.

En nuestra sociedad la educación es obligatoria, hasta los 16 años, además de publica y de respeto a la voluntad e ideas de los progenitores. Por otro lado, aspiramos a que dicha formación sea integral y que atienda al desarrollo, pleno si es posible, de las competencias de nuestros hijos. Algo que aquí, por desgracia, sí va a los mínimos, en vez de explotar los niveles de competencia máxima en cada área y persona, y así nos va.

Si partimos de la idea de que las personas somos como esas matrioshkas rusas que albergan en su interior una nueva muñeca, y esta a su vez a otra, en un número variable. En donde una muñeca es la parte somática o corporal, otra la intelectual o cognitiva, otra la psíquica, otra la espiritual humanística y por último otra la religiosa. Como padres, independientemente de nuestro individual y personal ideario político-económico-religioso, a lo que deberíamos aspirar y desear es a que nuestros hijos desarrollen todas esas facetas en la medida de sus posibilidades y ejerciendo su libertad de elección, y para ello tenemos el deber de formarles en todas ellas lo mejor posible.

Por ello me parece bueno y necesario que haya clases de Religión, aunque sí que entiendo que estas debieran ser con un temario de historia y conocimiento del significado de transcendencia, del hecho religioso, y sus distintas expresiones (ateísmo, gnosticismo, religiones politeístas, monoteístas, etc., …) y variantes (protestantismo, catolicismo, sunismo. chiismo, …).

También por ello estoy en contra de que se disminuya el número de horas lectivas de las clases de Religión. Además, con este temario se evitaría el excluir a otros credos o de profundizar en la “ghettización” del hecho religioso, como se va a conseguir con la propuesta de impartir la religión musulmana en algunos colegios de nuestra foral comunidad, en los que curiosamente no se ofertan otras propuestas lingüísticas y con mayor apoyo entre los progenitores.

Por no entrar en cómo se va a contratar a los profesores de religión islámica, ya que a los profesores de religión católica se les exige una licenciatura civil, y un curso o máster de adaptación pedagógica y una idoneidad contrastada por parte de la titularidad de la diócesis.

Aunque si profundizásemos en esta tercera vía los profesores de religión debieran presentarse a un concurso-oposición con dicho temario y máster pedagógico incluido.

Por otro lado, distingo o diferencio el conocimiento del hecho religioso, de su vivencia. De manera que la profundización en y de la vivencia del hecho religioso tiene una parte de opción personal, de cultivo de la fe en el credo correspondiente, y de un desarrollo y formación individual y comunitaria, en el caso de que así lo contemple el mismo, y que debiera darse en el templo (iglesia, sinagoga, mezquita, pagoda, …) y por personas de la comunidad de creyentes formadas y referentes, con sus imperfecciones humanas, en su conducta de síntesis fe y vida.

En definitiva, otra ocasión perdida para lograr una mejor convivencia, un mejor conocimiento del hecho religioso, una mejora de nuestro sistema educativo y de equiparación y normalización de las condiciones laborales de algunos docentes, y de una más que necesaria descompresión de la alta crispación social en la que vivimos y existimos.


Nota: Publicado el 23-03-2018 en Navarra Información y 27-03-2018 en Diario de Navarra.

jueves, 8 de marzo de 2018

Lo siento, pero yo no ayudo


Si estimados lectores (para los talibanes y cipayos de la morfosintaxis y ortografía lectores es un plural genérico, y por cierto y puesto a rizar el esperpento en materia de vocabulario algunos compañeros de trabajo se sienten indiscriminados ante la ausencia de la “masculinización” de palabras que aparentemente son femeninas como futbolista, pianista, policía, jurista, etc.), lo reconozco públicamente y lo siento, pero no ayudo.

Como tampoco ayudan algunos hombres que tienden la colada y las vecinas del barrio les dicen a sus suegras que suerte tienen sus hijas. Tampoco ayudan los muchos padres primerizos que cuando las enfermeras, a las recién parturientas con los puntos de la episiotomía calientes, les piden que pasen para aprender a manejar, limpiar y curar el ombligo al neonato, se ofrecen ellos. A los bastantes hombres que hacen la compra y en el supermercado al encontrarse con las madres de los compañeros del colegio de sus hijos, algunas de generaciones más jóvenes y supuestamente más concienciadas, les dicen que suerte tienen sus parejas que les ayudan en casa. Todas estas anécdotas son verídicas y otras muchas más del mismo estilo con la palabra ayuda.

También es divertido ver los cruces de miradas, cuando en conversaciones entre amigos y/o conocidos alguno de los hombres participantes de la conversación comenta: “mientras extremaba…” o “tengo una pila de ropa para planchar” o “mañana toca hacer los baños…” o frases por el estilo. Ellas atraviesan a sus parejas diciendo en silencio “A ver si espabilas y aprendes que no se te van a caer los anillos”, las más atrevidas incluso lo verbalizan y las menos dicen: “¡Anda, mira qué majo!”. Y entre los hombres algunos intercambian miradas elocuentes que expresan: “Vaya cateto”, “¡Que primo!”, “¡Sera calzonazos!” o incluso bromean diciendo: “¡Qué no cunda el ejemplo!”, “mejor no salpiques”, etc. Otros muestran su sorpresa, tanto hombres como mujeres y dicen: “Ah, ¿pero tú sabes planchar?” o “Vaya, te animas con la limpieza.” O el peor “pues no te pega, no me lo imaginaba de ti”.

Y es que la palabra ayuda en muchas de estas situaciones está muy mal empleada, tanto por parte de las mujeres como por parte de los hombres. Que, ante esas expresiones, no debiéramos retroalimentar al contestar: “Es lo que hay”, “Es lo que toca”.

La reacción que debiéramos tener los hombres es: “Lo siento, pero yo no ayudo”, y explicar la diferencia entre los términos ayuda y corresponsabilidad. Porque algunos, muchos cada vez más, no ayudamos a nuestras esposas, cónyuges o compañeras, porque ellas no precisan ni necesitan nuestra ayuda, sino un compañero, aunque a veces tampoco seamos perfectos. No ayudamos a limpiar, ni a cocinar, ni a fregar porque vivimos en la misma casa, también comemos, usamos los platos, la ropa, …

La progenie o prole son cosa de dos, hasta que ha llegado la tecnología con inseminación in vitro, donaciones de semen y óvulos, etc., y la han hecho orgiásticamente virtual y fría. Lo siento por el eslogan de “Nosotras parimos, nosotras decidimos”. Es cierto la primera parte, pero la segunda es un error de calado, e incluso me atrevo a afirmar que desgraciadamente promueve y fomenta el machismo retrogrado que tanto quiere combatir.

Los hijos también son nuestros, puede que en algún caso no, pero allá cada cual como entiende y vive la confianza conyugal. Y también somos responsables de ellos, mejor dicho, corresponsables, para atenderlos, llevarlos al médico, a las actividades escolares y extraescolares, a los cumpleaños y fiestas de sus amigos, etc.…

Tampoco por ello tenemos que esperar o pedir reconocimientos que, tampoco por otro lado solemos dar, mea culpa, y que bastantes hombres desean, quizá por un problema cultural y de educación.

El verdadero cambio empieza en casa con el ejemplo diario. Enseñando a nuestros hijos e hijas (aquí sí, para remarcar que no debe haber diferencias entre ambos), por igual y exigiéndoles lo mismo en función de sus capacidades y habilidades, según sus edades. Ellos si que son los verdaderos protagonistas de la ayuda doméstica, o debieran serlo. Hay que educarles en el significado y sentido de la palabra compañerismo y corresponsabilidad. O por lo menos intentarlo, si de verdad queremos alcanzar los objetivos de igualdad de oportunidades, derechos y deberes.

E insisto, como Matías Prats en su anuncio, lo siento yo no ayudo, ejerzo mi imperfecta corresponsabilidad, como muchos otros hombres silenciosos.


Nota: Publicado el 07-03-2018 en El Blog de El Español,  el  08-03-2018 en Navarra Información y en Diario de Navarra.