El reciente caso del máster de Cristina
Cifuentes, presidente de la Comunidad de Madrid, ha vuelto a poner
los focos en uno de los temas recurrentes: la formación de los responsables de
legislar y gestionar los recursos públicos. El tornado informativo ya se ha
cobrado la primera víctima un diputado autonómico y secretario de organización
de Podemos en Galicia, Juan Merlo, que presumía de título de ingeniero.
El efecto dominó ha hecho que los asesores de imagen de
los políticos metan horas extras en investigar con lupa y la ayuda del algodón
del mayordomo los curricula de sus jefes y pulirlos sustituyendo el título, por
estudios en, en aquellos casos, numerosos, que no habían concluido los mismos. Además,
algunos medios de prensa nacional se han hecho eco de la experiencia profesional de nuestros diputados,
resultando que sólo el 36% ha trabajado en el sector privado. Además, los perfiles son
muy distintos en cuanto a cuestiones como el tiempo que han trabajado en el
sector privado, el sector en el que lo han hecho o, incluso, la especificidad
con la que detallan su vida laboral. Desde el currículum pormenorizado a otros
que, por el contrario, no pasan de asegurar que son «abogados» o «economistas»,
pero que no especifican para qué empresa o durante cuánto tiempo desempeñaron
esa función. Algunos han reconocido que su actividad en el sector privado se
limitaba a trabajos temporales que desempeñaron para costearse sus estudios.
Pero mi interés no se centra en sacar los colores a
nadie en particular, ya que en todas las siglas cuecen habas, sino en señalar
la confusión nacional y generalizada que tenemos con ciertos términos. Para empezar,
asimilamos como lo mismo Educación y Cultura. Muy probablemente y
desgraciadamente porque comparten ministerio y con tanto cambio y ensayo
educativo queda poco tiempo para la Cultura y su gestión. Sin embargo, en el
día a día, nos encontramos con personas cultas que no tienen educación (todos recordamos
la famosa anécdota de ¡A la mierda!) y con personas que saben estar, pero les
falta un barniz de cultura (ejemplo el personaje de Leonado Di Caprio en la
película de Atrápame si puedes).
Otra grave confusión se da entre educación, cultura y
títulos, nos creemos que, por tener títulos, cuanto más mejor, tenemos más
educación y, por ende, también más cultura. Si es cierto que el acceder a la
escuela y al sistema educativo, nos abre las puertas a una mejor educación y a
la cultura (ambos son intangibles) pero hay que aprovechar esa oportunidad.
Desafortunadamente, hay en día priman los objetivos tangibles y esos son los
títulos. De manera que el objetivo no es aprender para saber (tener o adquirir
conocimiento) sino que se aprende para, o, mejor dicho, a aprobar y conseguir
un título. Muchos recordamos de nuestros tiempos de estudiantes, compañeros
brillantes que no sacaban las notas que merecían y otros más pragmáticos que
obtenían notas mejores. No me refiero a las habilidades y técnicas de estudio
que ayudan a ello sino a las técnicas de enfrentarse a un examen. Hoy sabemos
que una parte de la mejora en las pruebas Prisa se debe a que en muchos
colegios se les entrena a los alumnos con exámenes parecidos, y que en
determinadas carreras el tipo de examen es similar los que luego tendrán para
acceder a una formación de especialización. Las autoescuelas llevan años
empleando esa táctica para el preparar el teórico, lo mismo que las academias
que ayudan a preparar oposiciones. Me refiero a que el problema es cuando
cambiamos o sustituimos la meta. Y así por ejemplo en Filosofía de Bachiller
soló se estudiaban los 10 filósofos que podían caer en la Selectividad. De
manera que sustituimos el conocimiento por el título, cayendo en la
“titulitis”, causa de todo este embrollo de master e inflación curricular, que
podemos denominar masterbación: dícese del acto de hacerse un master a sí mismo
por el puro placer de tenerlo y presumir de ello.
Y esto nos lleva a la última confusión la del titulo por
la valía. Ya he comentado alguna vez que no hace mucho tuve un superior,
millenial, muy preparado, carrera, dos masters, cinco idiomas, pero una nulidad
en el saber hacer y en el saber hacer hacer.
Hace unos días asistimos a un hecho que demostraba todas
estas confusiones. Me refiero al protagonizado por la reina Letizia y la
princesa Leonor, frente a doña Sofía y los fotógrafos. Nuestra “reina” tiene
título, además de formación académica, pero careció de educación, tacto y
compañerismo profesional, demostrando poca valía (saber hacer) como reina y
como periodista. La princesa tampoco supo demostrar provecho de lo cara que nos
resulta su formación, aunque se le puede disculpar por su corta edad, por una
incipiente demostración de rebeldía preadolescente y por obedecer a su madre.
Por eso el pueblo se lo recriminó y vino el postureo a la salida de la clínica
días después, para lavar la imagen.
Acabo al estilo del gladiador más conocido: “Cultura y
Educación”. “Título y Valia”.
Nota: Publicada el 20-04-2018 en Navarra Información y el 24-04-2018 en Diario de Navarra.