La
polémica de la exhumación del dictador y antiguo inquilino/okupa
del Pardo, va camino de enquistarse lejos de resolver un problema,
pues estamos de acuerdo en que ningún dictador debe estar enterrado
en un sitio de privilegio y honor. Para resolver bien un problema hay
que plantearlo bien, de lo contrario uno se enreda. Lo que se pensó
como un echar la red para pescar fáciles votos ha llevado a tener
que dejar el barco al pairo, a la espera de que un golpe de mar
desenrede la red del fondo o decidirse entre cortar la misma o forzar
la máquina con el consiguiente riesgo de zozobra en la maniobra. El
desenlace este viernes en el consejo de ministros, si la actualidad
no lo impide.
Ante
el revival histórico al que nos han sometido sobre el interfecto, ha
resurgido uno de los “títulos” usado por el viejo dictador,
“caudillo”, palabra
que procede del latín capitellus
(pequeña cabeza), y me ha llevado a la siguiente reflexión.
Si el pecado capital que mejor nos define a los españoles es el de
la envidia. Hay otra falta menor que nos caracteriza y es la del
“caudillismo”. El
seguimiento ciego a un líder, nuestra historia está llena de ellos,
Viriato, incluso con poema épico propio como Rodrigo Diaz de Vivar
(el Cid), Roger de Flor, Roger de Lauria, Gonzalo Fernández de
Córdoba (el Gran Capitán), …,también hay mujeres: Isabel I,
María Pita, Agustina de Aragón, Dolores Ibarruri (La Pasionaria).
Una
vez más, y ya van demasiadas, nuestra historia está siendo
nuevamente expropiada y convertida en patrimonio de la derecha, en la
actualidad por Vox y antes por el Movimiento Nacional (cóctel
ideológico con el que Franco engatuso a unos y a otros para
perpetuarse en el poder), ante el pavor a la connotación de la
palabra patria por parte de la izquierda y la ignorancia e incultura
histórica de la moderna “progresía”, con la connivencia de
nuestro parcheado sistema educativo y para muestra la reciente
polémica sobre el pasaitarra Blas de Lezo.
Sin
embargo se conoce como caudillismo al fenómeno político
y social surgido durante el siglo XIX en América Latina, que
consistía en la llegada de líderes carismáticos a alcanzar el
poder gracias al apoyo de las masas populares que ciegamente
depositaban en ellos los intereses del conjunto y la supuesta
capacidad para resolver los problemas. Cuando dichas esperanzas se
veían frustradas, el pueblo decidía seguir a otro caudillo que lo
convencía de su capacidad de mejorar la situación. El caudillismo,
a la larga propició las dictaduras.
Este
fenómeno se repica en nuestra democracia actual. Los lideres, lo de
carismáticos, lo pondremos en cuarentena, pues son más bien
mediáticos, o ni eso, meros tópicos temporales de las redes. Son
elegidos dentro del partido a dedo, en primarias con compromisarios o
delegados, o abiertas a todos los militantes e incluso simpatizantes
o por acuerdo entre las distintas corrientes o fuerzas vivas y
posteriormente aclamados. La dinámica es la misma confianza ciega en
el líder, y así hablamos de Felipismo, Aznarismo, Susanismo,
Sanchismo, Pablismo, Errejonismo, … y cuando éste cae en
desgracia,o está amortizado o cansado o quemado se le sustituye, a
ser posible sin mucho ruido, salvo en Podemos que les gusta airear
los trapos.
Sin
embargo y pese a las luchas de poder, que las hay, en el mundo
empresarial se habla de equipos. Especialmente, en Estados Unidos
donde vemos como lo que prima es saber colaborar y trabajar en
equipo, que todos remen en el mismo sentido y si uno es muy bueno en
su puesto, aunque no sea totalmente de tu cuerda, tratas de hacerle
jugar por el bien común. Lo vemos en las empresas americanas, en la
NBA, en las series y películas.
Ya
estamos en (pre)campaña electoral, bueno siendo serios, nunca hemos
dejado de estarlo, y sólo conocemos a los cabezas de lista
(caudillos). Las distintas campañas electorales, da igual nacionales
que municipales y autonómicas, se basan fundamentalmente en la cara
del candidato, eslogan impactante, música pegadiza, un símbolo y un
color que identifiquen al partido y ya está. Del programa se habla
poco, frases envolventes y huecas. Pero de como se va a implantar,
hacer realidad, o llevar a cabo nada y de lo que eso va a suponer al
bolsillo del contribuyente menos, no sea que no les votemos. Ningún
candidato nos presenta a su equipo, algunos nos cuestionamos si lo
tienen, no estaría demás que nos dieran la alineación del mismo, o
por lo menos a los convocados y describieran su estilo y propuesta de
juego.
Lo
peor es que apostamos por ellos como hace un siglo, y sólo nos falta
vocear ¡Cuates, Viva Pancho Villa!
Nota: Publicado el 15-02-2019 en navarrainformación.es y el 28-02-2019 en Diario de Navarra.
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