No sé si se han fijado pero
comenzamos el año como lo acabamos, dando premios. A penas han acabo de recoger
el boato de la entrega de los premios Nobel o el siempre controvertido Balón de
Oro, cuando ya estamos inmersos en la polémica de “The Best” (invento de la
FIFA por exprimir el negocio en lo que se ha convertido el balón-pie), las
alabanzas de los Globo de Oro a ritmo de musical de los de antes, la sorpresa
del Nadal ya que éste no busca superventas como el Planeta del cual se rumorea
meses antes quién es el caballo ganador. Pero el “chou” continúa, preparamos
las quinielas para los Oscar, mientras echamos la alfombra roja para los Goya.
Y así en un carrusel de ceremonias de entrega de premios y certámenes sin
solución de continuidad.
Si alguno de los muchos
extraterrestres de nuestro imaginario colectivo, (desde el infantil y ñoño ET,
a los inteligentes y musicales de “Encuentros en tercera fase”, pasando por el
implacable Predator, el metálico y aterrador Allien, el superhéroe Superman, el
divertido Alfie o el inefable personaje de nuestro reciente premio Cervantes
que buscaba a Gurb), aterrizará en nuestro planeta y observará los titulares de
nuestros medios de comunicación podría sacar una errónea conclusión. Y es que
somos una sociedad a punto de llegar a la plena autorrealización (ver pirámide
de Maslow), pues el estadio del reconocimiento lo tenemos satisfecho y con
creces. Pero no es oro todo lo que reluce. Nada más lejos de la realidad.
Bueno puede que en algunas
partes del mundo si, tal y como vemos en las películas americanas ese
reconocimiento, se da en casi todos los niveles, recuerden el inicio de “Larry
Crowne, nunca es tarde”. En donde el siempre eficaz Tom Hanks piensa que le van
a volver a nombrar empleado del mes, una vez más.
Pero en este lado del
Atlántico, en especial el que rompe en nuestras costas, el respeto por el
trabajo bien hecho y lo que es más importante para fomentar la confianza del
que lo realiza, la simple palmadita en el hombro o las escuetas nueve palabras
“estoy contento contigo, lo has hecho bien, sigue así”, brillan por su
ausencia.
No sé si es un mal heredado
por reacción a tiempos pasados, (en donde se premiaba el esfuerzo y en nuestra
cortedad intelectual confundimos un valor -el esfuerzo- con una situación
negativa -la dictadura-), o una dejadez, o peor una falta de consideración
hacia el otro, o una mezcla de todas ellas y de alguna más, como el temor a que
ahora me pidan un aumento de sueldo o el miedo a parecer débil o flojo y perder
el mando. Pero en todos los niveles de nuestra sociedad nos faltan palabras y
gestos que ayuden a la motivación, a la confianza y que fomenten la perseverancia
en la búsqueda de la excelencia, el gusto por el detalle en definitiva el
famoso “Anmutung” alemán
o “Kaizen” japonés.
Desde la escuela, por un mal
entendido de que los que no reciben premio se traumatizan y por tanto en vez de
fomentar el camino, muchas veces sinuoso, de la superación hemos abierto
autovías multicarriles hacia el limbo de la mediocridad, hasta el mundo
laboral. En donde, como hemos dicho, muchos “lideres” temen perder el respeto
de sus subordinados y los compañeros ven peligrar sus posibilidades de ascenso.
Y así nos va luego.
Al tendero, al panadero, al lechero,
al obrero, al ama de casa les gusta, también, que les reconozcan su trabajo y
saber hacer. Pues no todos pueden ser escritores, deportista, artistas,
científicos, empresarios o directivos del año.
No hacen falta luces, focos,
flashes, alfombras rojas, escenarios para fotografías (los “photocall” que
dicen los que están en la onda ultralinguística y que critican luego el uso del
plural genérico) y demás parafernalia superficial.
Si lo pensamos bien sólo
basta un sencillo gesto o un puñado de palabras en su momento oportuno para
conseguir por un lado reconocer y por otro motivar. Un pequeño detalle, pero
que produce un gran cambio de actitud. Entonces, hagámoslo!
Nota: Publicado en Navarra información el 14-01-2017.
No hay comentarios:
Publicar un comentario